En mi instituto, y supongo que en otros, tenemos una reunión informalmente llamada la hora de proyectos.

Es una hora en la que, semanalmente, nos reunimos los coordinadores de diferentes planes y programas del centro para poner un poco de orden a las mil y una movidas que se nos van ocurriendo. A veces lo conseguimos y a veces solamente lo intentamos. Metodológicamente, cada uno es de su padre y de su madre. Hay gente tan zumbadísima como yo y hay gente sensata que nos echa el freno. Todos hablando y proponiendo cosas a la vez.

Un poco como Twitter.

Partidarios del flipped classroom y de la clase magistral en Twitter

La semana pasada, una compañera vino de la jornada de cierre de su programa contándonos algunas de las grandes ideas que había anotado de otros centros. Yo me fijé especialmente en una de ellas y puntualicé: “si queremos hacer eso, que molaría mucho, habría que dejarlo cerrado desde septiembre para que estuviera en las programaciones”. Hubo una pequeña y breve discusión entre partidarios de la idea y detractores de la misma. Un miembro del equipo directivo nos cortó, tajante: “eso aquí no va a poder hacerse”, y acto seguido procedió a enumerar las razones por las que nos aconsejaba que no nos metiéramos en semejante jaleo. Todo el intercambio duró aproximadamente unos quince minutos.

Y ya está.

Si hubiéramos estado en Twitter, es probable que el debate se hubiera desarrollado en términos completamente distintos. Para empezar, las jornadas de obligatoria asistencia que tanto entusiasmaron a la compañera habrían sido examinadas con lupa. Los términos chupiguay, homeopatía educativa, y vendehúmos habrían aflorado casi con completa seguridad. Mi apoyo a dicha idea también habría sido cuestionado: probablemente se me habría acusado de querer imponer al claustro una metodología en detrimento de otra, ¡viva la libertad de cátedra! En la discusión posterior, se habrían formado claramente dos bandos: por un lado los profesaurios rojipardos, fans de la tiza y de la pizarra, para muchos el epítome de la sabiduría y el conocimiento, para otros soñadores anhelantes de los tiempos de la EGB y, por qué no decirlo, hasta de la dictadura; por otro lado los eduinnovadores, que según cómo se mire pueden ser o los que van a salvar a la escuela actual con sus nuevas metodologías activas e inclusivas o los que la están echando a perder, desterrando el conocimiento en pro de actividades con las que no se aprende nada (y además, luego descubren que los chiquillos ni los quieren ni los respetan). Habría habido citas incriminadoras y capturas de pantalla cruzadas envolviendo una agria discusión circular aderezada con el silencioso like de los espectadores. Discusión que la intervención de un directivo explicando con llaneza la realidad y el contexto del centro no habría conseguido cortar, sino todo lo contrario: pues pocas cosas parecen gustar más en Twitter que ir al perfil de un/a docente a explicarle la realidad de SU alumnado.

Pero no estábamos en Twitter, sino en persona, sentados a la misma mesa, donde estamos en todas las reuniones. Viéndonos las caras. Conscientes de que, con nuestras diferencias ideológicas, remamos todos dentro de la misma nave, que es nuestro centro, a cuyos tripulantes luchamos por llevar lo más lejos posible. No estábamos en Twitter sino en el mundo real, ese donde se puede aceptar que el otro lleva razón con un gesto, llegar a un acuerdo con una frase o cerrar una discusión con una palmada a la espalda. Y después, a seguir siendo compañeros, que es lo que somos.

Como compañeros que somos, cuando un eduinnovador del claustro admite ante los demás que una idea no le ha funcionado, no hay risas ni burlas ni “te lo dije”, sino empatía y consejos. Y cuando el profesaurio aparece para pedir alguna idea para aplicar en esa clase a lo que todo parece aburrirle, tú eres el primero que le sugieres algo y hasta le fotocopias tus materiales. Porque mis compañeros más mayores derrochan sabiduría y buen hacer con el alumnado, mientras que a mis compañeras más jóvenes se les caen las buenas ideas de las manos. Y a veces incluso es al revés. Pero cuando un crío se pone malo o se echa a llorar porque le pasa algo, se puede ver a cualquiera de ellos sentado a su lado en el banco junto a la sala de profesores.

Estas cosas funcionan en los claustros reales y funcionaban en el claustro virtual, al menos antes de que estallara una Gran Guerra en la que nadie reconoce ser quien asesinó al archiduque. Y entre medias, gente que un día no solo se levanta para encontrarse con que su TL ahora se compone de antiguos amigos insultándose mutuamente, sino que encima te piden que tomes partido. Como si las escasas certezas y mil dudas y matices de gris que voy sumando a medida que cumplo trienios tuvieran cabida en un conflicto de bloques monolíticos.

Yo lo tengo bastante claro. Igual que sé que todos mis compañeros de claustro (real) hacen lo que creen que es mejor para sus alumnos, estoy convencida de que mis compañeros del claustro virtual toman, en cada momento, la decisión que mejor les ayuda a enseñar a los suyos. Alumnos que no conozco, de zonas muy alejadas a la que yo vivo, contextos que me resultan desconocidos y que me harían del todo imposible juzgar sus métodos. Por eso, en mi equipo hay compañeros y compañeras con las que a veces coincido y a veces no, pero cuyo criterio respeto tanto que me encantaría tener la oportunidad de pisar una de sus clases para aprender. Y no hace falta estar siempre de acuerdo en todo para desear que la @ProfaDeQuimica hubiera sido mi profesora en esa asignatura que siempre me dio respeto, para ver cómo la @profadelengua aplica el rol en una clase tan difícil de motivar como PMAR, para disfrutar con la ironía de @octavio_pr, para ver las clases de Historia de @denyureypunto y de Música del @signoresalieri, para elaborar una actividad conjunta de memes históricos con @turmasalduitana, para quedarme maravillada con la sapiencia legislativa de @barbarami1977 o con todo lo que tienen que decir sobre inclusividad y atención a la diversidad @Ringhtetone o @aprendizbennet, para querer estar en las clases de Filosofía de @L_Gomez_A o que @maestroll11 nos recuerde cuándo poner o quitar la alarma (y verle marcar golazos en los recreos), para aprender con el rol llevado al aula de Primaria de la mano de @LeiraTusky y @OscarRecioColl y leer con atención todos y cada uno de los hilos de la maestra de todos, la gran @larotesmeyer. Y mucha más gente que me dejo en el tintero pero que todos los días trabaja con la única idea de sacar lo mejor de sus alumnos.

Me encantaría compartir hora de Proyectos con todos ellos. Tengo claro que no siempre estaríamos de acuerdo y que discutiríamos mucho, pero también que miraríamos por el bien del alumnado y que cualquier debate se sellaría con una palmada en la espalda y un café en la sala de profesores. Como ocurre en la realidad y como debería ocurrir siempre.

By Elena

2 thoughts on “La hora de Proyectos”
  1. Me emociona mucho imaginarme en esa sala de profes tan molona como geográficamente improbable. Un abrazo, compi, como tantas veces eres la voz de la sensatez.

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