El viernes entré en la primera de mis clases con esa incertidumbre propia de la víspera de las vacaciones de Navidad o verano. Sin tener muy claro qué iba a hacer, porque no sabía con exactitud cuánta clientela habría acudido.
Como algunos de los que lean esto sabrán, soy —para mi desgracia— aficionada al fútbol. Por ser más concretos, poseo una tarjetita de plástico con mi nombre estampado que me impone la pena de ir cada quince días a ver