Me gusta mucho Twitter. Dudo que esto sea una sorpresa para nadie. Desde que hace (mucho) más de una década, en sus inicios, abriera mi primera cuenta en la antaño red de la ballena, Twitter se ha convertido en la única red social de la que reconozco, sin sonrojo, que me costaría mucho prescindir.
En Twitter me informo de lo que ocurre al instante. En Twitter encuentro y comparto información que suele estar ausente de los medios más tradicionales. En Twitter he conocido a personas que hoy en día son mis amigos. Y gracias a Twitter mantengo contacto habitual con un nutrido número de amistades a las que conocí, en otra red social, hace muchísimos años. Twitter es una red útil, principalmente, porque me mantiene cerca de los míos.
Pero Twitter también puede ser una red increíblemente tóxica. La brevedad de las publicaciones, la ausencia de contexto, la tremenda afluencia de bots, la cantidad de personas aburridas que parecen dedicar su vida a buscarle las vueltas a todo, hace que muchas veces acabe cansando.
Aunque he tenido muchas cuentas (y algunas siguen activas), puede decirse que mis problemas empezaron hace unos años, cuando mi cuenta profesional, @elenadesociales (anteriormente @egparraga), empezó a ganar seguidores. Yo había abierto esa cuenta con el propósito inicial de colgar materiales para un grupo de alumnos de 2º de Bachillerato, y pronto empecé también a compartir algunas reflexiones sobre la vida en el aula y a interactuar con otros docentes, todo revestido de mi habitual estilo irónico. Mis alumnos (y algunas de sus madres) me leían y no había problema. Mis amigos me leían y no había problema. El problema apareció al pasar de determinado número de seguidores.
Puedes notar de forma nítida el momento en el que dejas de ser leída por tus cuatro colegas de siempre y pasas a tener una audiencia mayor. Y eso no es malo per se, pero sí que te obliga a tener más cuidado con lo que dices, a afinar mucho el tono, a preguntarte si se entenderá lo que intentas expresar. Aún teniendo cuidado, no es raro publicar un tuit y encontrártelo lleno de personas con mala baba queriendo buscarle tres pies al gato, poniendo en tu boca (dedos, en este caso) palabras que no has dicho, enredándote en debates eternos, matizándote cosas que ya sabes solo por quedar bien o soltando un rollo que no tiene nada que ver.
Y cansa. Y me descubrí a mí misma perdiendo el tiempo en debates circulares con gente a la que no conozco y que no conoceré nunca. Y pensé en abandonar la cuenta.
Hasta que llegó un día en el que me pregunté por qué.
¿Por qué dedicar tanto tiempo a contestar tuits malintencionados? ¿Por qué molestarme en agradar a un puñado de trolls desconocidos que se asoman a mi cuenta, a casi cualquier cuenta en realidad, con el cuchillo ya preparado entre los dientes? ¿Por qué preocuparme? ¿Por qué dejar de disfrutar de algo que me entretiene y que me ha permitido conocer a tanta gente maja?
Así que me impuse a mí misma algunas normas que me han permitido llegar a mi estado actual, en el que considero que vivo en una suerte de nirvana tuitero. No solo estoy muy feliz de todo lo que me aporta mi cuenta, sino que he conseguido eliminar prácticamente todo lo negativo que acarreaba. Controlo mi Twitter, controlo el tiempo que paso en él y, lo más importante, controlo hasta qué punto afecta en mi vida.
Y como todos los años leo a algún compañero o compañera que se manifiesta hasta el mismísimo de la toxicidad que puede envolver, a veces, a este nuestro #claustrovirtual, os dejo esos sencillos consejos que me impuse a mí misma por si pudieran ayudar a alguien:
1. Relativizar
A fecha de escribir esto tengo unos 6.000 seguidores en Twitter. De esos, pongamos que he cruzado tuits con 500. De estos, puedo decir que hay una horquilla de 100-150 personas con las que interactúo habitualmente, cuya opinión me importa, me caen bien, estoy acostumbrada a verles pasar por mi TL. A un porcentaje de ellos, además, los considero amigos: los conozco desde hace mucho tiempo, hemos jugado al rol muchas veces o incluso han estado en mi casa (y yo en la suya).
Es decir, que una apabullante mayoría de mis seguidores son perfectos desconocidos. Me alegro de que mi contenido les resulte interesante y/o útil, espero algún día interactuar más con alguno de ellos, puede incluso que un puñado de ellos se conviertan en mutuals y habituales. Pero, de momento, son desconocidos. ¿Te preocupa mucho lo que piensen de ti los desconocidos que te cruzas por la calle, hasta el punto de pasarte toda la tarde discutiendo con ellos?
2. Asumir que no le debo nada a nadie (salvo al banco)
Como todo tuitero de bien, yo antes intentaba contestar a todo el mundo, ofrecer la explicación que se me pedía, puntualizar cuando se me malinterpretaba, debatir. Y ello me consumía una cantidad indecente de tiempo que podría dedicar a otras cosas más productivas (o no productivas, pero más entretenidas en cualquier caso).
Hubo un día que dejé de intentar contestarlo todo. Que dejé de intentar hacer cambiar de opinión a los que me acusaban de cosas que no había dicho. Que dejé de intentar explicar al que aparecía pidiendo una argumentación que después, claramente, no se molestaba en entender. Desde entonces, mi relación con Twitter es mucho más sana y no pierdo tanto tiempo metida ahí. Ofrezco explicaciones a mis amigos y conocidos. Al resto, no les debo nada. Ni -por supuesto- ellos a mí.
3. No discutir con desconocidos (con conocidos, tampoco)
Twitter está lleno de gente agresiva que no tiene absolutamente nada que hacer que ir a tuits ajenos a buscar bronca e intentar enredarte. Ojo, muchos de ellos aparecerán con educación exquisita, sin insultos, incluso tratándote de usted (¡huye!). Te meterán en un debate interminable y circular, en la que los mismos argumentos serán expresados de mil formas distintas, en el que te acusarán de cosas que no has dicho y tendrás que hacer mil puntualizaciones. Si para ti discutir es una idea aceptable de ocio, ok. Yo, personalmente, tengo muchos libros que leer, muchas historias que escribir, muchas series y videojuegos pendientes.
Hace tiempo que no discuto. Ni con desconocidos ni con conocidos que de vez en cuando aparecen en mis menciones buscando jarana. Si me caes especialmente bien (o el tema es lo suficientemente serio como para sentir la necesidad de puntualizar) contestaré a un par de tuits. Pero ya.
En la mesa de un bar y con una tapa de por medio yo debato de lo que quieras. O en un chat privado de Whatsapp o Telegram. Twitter, para mí, es la peor red para sostener un debate. Y como no le debo nada a nadie, eludo olímpicamente cualquier discusión.
4. No caer en comportamientos abusivos
De la misma forma que hay actitudes que no dejo pasar en mi TL, intento yo misma no dejarme de llevar por algunas costumbres tuiteras muy populares pero muy abusivas, como el señalamiento-cita a la cuenta con menos seguidores que tú, contestar agresivamente a los tuits de otras personas y ese tipo de cosas. De hecho, hace tiempo que, salvo que sea alguien de confianza, no contesto a nadie para llevarle la contraria. ¿Para qué? No le voy a convencer ni él a mí. Y lo dicho: tengo muchas series que ver.
De la misma forma, no esperéis verme alineándome al 100% con alguna de las tendencias que pueblan el Twitter educativo. Me gusta innovar (si suponemos que el aprendizaje cooperativo, que es más viejo que el hilo negro, es innovar) y me aburre la clase tradicional, disfruto del trato con los chavales y sus familias, y me encantaría ser capaz de evaluar sin exámenes y poder tener en mis alumnos la confianza suficiente para dejarles salir al servicio cuando y las veces que quisieran. Pero también tengo los pies en el suelo, soy consciente de que hay ideas que resultan difíciles de trasladar a la vida real (difícil, no imposible), que hay asuntos en los que me falta formación y/o experiencia y que, de momento, necesito poner un examen o dos por trimestre (sin excesivo peso en la nota).
Y, entre vosotros y yo: me flipa el aprendizaje cooperativo pero, si alguna vez no ha funcionado (y ha ocurrido en escasas ocasiones, pero ha ocurrido) vuelvo a la clase tradicional y punto. La metodología debe adaptarse a mis alumnos y ser útil para ellos, no al revés.
5. Utilizar las herramientas de Twitter
Twitter pone a nuestra disposición muchas herramientas para hacer de nuestra experiencia algo mucho más sano y agradable. Silenciar y bloquear, por supuesto, pero también hay un filtro que te oculta en las menciones las respuestas troll, agresivas y condescendientes a tus tuits (y funciona MUY bien). Lo más reciente son los círculos, que a mí me van a venir estupendamente para contar algunas cosas personales que no querría que se viralizaran.
Una vez leí a alguien decir algo como “si la primera interacción con una persona te da mal rollo, bloquea, no va a ir a mejor”. En aquel momento pensé que esa persona exageraba. Después, me ocurrió exactamente eso con un tuitero cuya primera interacción no me gustó un pelo, pero al que di una oportunidad, para encontrarme con que respondía de forma maliciosa a casi todos mis tuits y que acabó involucrándome en un flame de tres pares.
Desde entonces, bloqueo a los retrógrados y silencio a aquellas personas que me vienen de forma agresiva o condescendiente. ¿La cámara de eco? Mira, suficientes tontos tenemos que aguantar en la vida real. Deja que me configure la digital como me dé la gana.
Y básicamente estas son las cinco normas a las que intento regirme a rajatabla, y que han mejorado sustancialmente mi manera de interactuar con esta red social. Si te han parecido útiles, me alegro. Si te parecen muy restrictivos, respeto tu opinión, pero yo voy a seguir usando mi cuenta como me dé la real gana. Es bastante más importante mi bienestar y mi salud mental que quedar bien delante de 4000 tuiteros a los que no voy a ver en persona jamás.
Y ya que has llegado hasta aquí, te comparto esta imagen que me ha servido mucho en mi andadura por el mundo digital, y que funciona realmente bien cuando te apetece contestarle a algún troll sin perder demasiado tiempo en ello.
La vida, con memes, siempre es mejor. Incluso en Twitter.