Nota: cuento de ficción basado en observaciones hechas a lo largo de los años en diversos centros. El género y nombres de los personajes han sido generados aleatoriamente.
Felipe es un profe joven que disfruta bastante de su trabajo. En realidad no tiene nada que ver ser joven con disfrutar de tu curro, pero sí con el siguiente dato biográfico acerca de este profesor ficticio: hace relativamente poco que sacó plaza en las oposiciones, y aún menos desde que está al fin instalado en su centro definitivo. Que no es que esté al lado de casa, pero puede ir y venir y se trabaja tranquilo. Más que suficiente para alguien que se ha pasado varios años de su vida como profesor itinerante, empalmando sustituciones, provincias y alquileres.
Felipe comparte departamento con otros dos profesores: Carlota y Juan Carlos. Carlota es interina, lleva ya un par de cursos teniendo suerte en los destinos y repitiendo este centro. Juan Carlos, por contra, lleva tanto tiempo aquí que algún compañero guasón asevera que el instituto se construyó alrededor de él. Los tres son buenos profesores, cada uno con sus métodos y su forma de ser, y los tres gozan en cierta medida del respeto y el aprecio del alumnado. De Juan Carlos dicen que explica muy bien y domina su materia como nadie. Carlota es muy divertida y tiene el don de mantener a casi todos los alumnos enganchados a sus clases. En cuanto a Felipe, resulta que además de profesor es un gran radioaficionado, así que tiene a los chavales enganchados a un taller de radio que imparte en los recreos, además de utilizar muchísimo el podcast como recurso en clase.
Por primera vez desde que empezó su periplo de instituto en instituto, Felipe este año no es tutor. Y no lo es porque, también por primera vez, le ha correspondido ostentar el cargo de Jefe de Departamento. Este cargo lo llevaba ostentando Juan Carlos desde tiempos pretéritos pero, una vez acabado su mandato de dos cursos y teniendo en cuenta que Felipe ha llegado definitivo, no ha tenido más remedio que cederle el testigo a su compañero.
A Felipe no le intimida demasiado el cargo, ya que el curso pasado ya fueron Carlota y él los que cargaron con el peso de hacer sus programaciones. Porque un jefe está para coordinar, no para hacerlo todo él, o al menos eso había dicho Juan Carlos en la primera reunión. Así que él se había encargado de las programaciones pares, mientras que Carlota y Felipe elaboraban desde cero las impares, en las que casualmente entraba en vigencia la nueva legislación. Mientras Juan Carlos “terminó” sus programaciones en tan solo un par de horas —básicamente les cambió la fecha y poco más—, Felipe y Carlota sudaron tinta para aclararse entre situaciones de aprendizaje, competencias específicas y perfiles de salida. “Menos mal que las estáis haciendo vosotros, porque yo es que con la ley nueva no me aclaro”, decía Juan Carlos cada vez que les veía. Sus horas de reducción por Jefatura las empleaba en preparar alguna clase, tomarse un café o charlar tranquilamente en la sala de profesores.
Así que este curso Felipe recibe con cierto alivio la Jefatura. Que no es tanto ser jefe como no ser tutor. A Felipe le gusta ser tutor por el trato con sus chavales y con sus familias, pero odia tener la sensación constante de no llegar a todo, ya que su reducción horaria apenas le da para todo el trabajo —administrativo, y de otro tipo— que ser tutor conlleva. Además, solamente los tutores tienen que estar los miércoles por la tarde de cinco a seis, haya o no haya familias citadas. Le resulta novedoso recibir por primera vez un horario en el que no figura el grupo del que es tutor. Pero más novedoso aún es que a Juan Carlos le asignen una tutoría. Un 4º de la ESO, los de Matemáticas A. A Carlota, en cambio, le vuelve a tocar uno de los 2º de la ESO. ¡Ya es mala suerte!
Al principio, todo va bien. Aunque en la primera reunión de Departamento Juan Carlos deje claro que él ese año no piensa ni hacer la programación de los cursos que imparte. “Para eso eres tú el jefe, además, este año todas van con la legislación esa nueva, y ya sabes que yo es que con la ley nueva sigo sin aclararme”. Al recibir el libro de Actas del Departamento, Felipe también descubre que faltan muchas de las del curso anterior. Y no hay modelo elaborado de casi nada. Así que el nuevo jefe se pone a la tarea.
Todas las horas de reducción por Jefatura se le van en hacer desde cero las nuevas programaciones, que además este curso ya sí deben incluir desde el principio sus situaciones de aprendizaje y todo. También tiene que poner al día las actas y algunos papeles, se encarga de elaborar algunos modelos, de llevar el seguimiento de las asignaturas pendientes, asiste a reuniones… No le importa demasiado porque, aun con todo el trabajo que está teniendo, no se puede comparar al lío que tiene la pobre Carlota, que apenas para un segundo quieta y tiene familias citadas a todas horas. Juan Carlos, en cambio, se queja mucho pero sigue pasando horas muertas en la cafetería o en la sala de profesores. Qué suerte tiene, que nunca le piden tutoría los padres.
Y pasan los meses. Felipe entrega la mayor parte de papeles y se queda algo más libre, aunque siempre hay algo nuevo que hacer, ya que cada poco tiempo aparece la inspección pidiendo papeles que no se han hecho hasta ahora. Felipe no se queja: entiende que sus horas de reducción por jefatura están para eso, para ejercer la jefatura, y no para preparar clases o corregir, que eso ya lo hace en su casa. Carlota sigue más liada que la pata de un romano, la pobre. Por diciembre, algunos padres de la tutoría de Juan Carlos empiezan a quejarse de que tarda mucho en justificar las faltas o en darles cita de tutoría. El caso es que Carlota jura y perjura que muchos miércoles por la tarde ni siquiera está allí: se ve que le ha pedido a algún otro tutor —un sustituto que se hace cien kilómetros de ida y otros cien de vuelta— que firme por él. Y al chaval, que acaba de llegar, le ha dado apuro decirle que no.
A veces, Felipe pasa por la sala de profesores y se pregunta cómo lo hacen algunos de sus compañeros para poder estar casi siempre allí sentados, mirando el móvil o charlando. A él apenas le da la vida para acabar con toda la tarea pendiente. Cuando no es un papel, tiene que modificar algo de la Programación. Cuando no, está ocupado con el Taller de Radio —que imparte en los recreos, unas horas que se supone tiene libres, pero Alma, la directora, le pidió el favor para motivar a los chavales—, o ayudando en la Biblioteca, de cuyo equipo forma parte. Apenas ha pisado la cafetería en todo el curso, y la mayoría de días ni siquiera le da tiempo de mirar el móvil nada más que para consultar la hora en toda la mañana. Aun así, está contento. Le gusta lo que hace, le gusta implicarse en mejorar su centro y le gusta pasar tiempo con sus alumnos en el Taller de Radio.
Por enero, Felipe se entera por Antonio, el orientador, de que se están dando muchos problemas con las tutorías de ese año. No solo Juan Carlos está pasando olímpicamente de la mayoría de sus deberes como tutor de 4º A —los chavales, de hecho, suelen ir a contarle sus problemas a Carlota, que les imparte una optativa—, sino que María Consuelo, la tutora de uno de los primeros, ha tenido muchísimos problemas con los padres. Alma se vuelve un poco loca intentando mediar, pero para marzo María Consuelo ya no solo tiene problemas con su tutoría, sino con la mayor parte de grupos que imparte. Los veteranos cuentan que María Consuelo nunca ha sabido tratar muy bien con los adolescentes, pero este curso se le han juntado un par de chavales complicados en su tutoría —familias desestructuradas, uno de ellos va todos los días sucio y sin desayunar— con un problema personal. A finales de marzo a María Consuelo le dan la baja y le sustituye un interino que, el pobre, es la primera vez que trabaja y tarda un tiempo en ubicarse.
En mayo, Antonio y Alma se reúnen con Felipe para pedirle un favor: que sea tutor de uno de los 2º de ESO el curso que viene. Son los alumnos de 1º de este curso, a los que Felipe conoce y con los que se lleva bien. De hecho, en las dos semanas que ha tardado la administración en sustituir a María Consuelo, Felipe ha hecho algunas labores de tutoría oficiosamente, como llamar a algunas familias y charlar con ellos en sus horas de guardia. Los padres le conocen y le aprecian, el alumnado confía en él y el propio Felipe les tiene cariño. El problema, claro, es que tendrá que renunciar a la Jefatura de Departamento, que recaerá de nuevo en Juan Carlos. La verdad es que como tutor ha sido un desastre y Alma está frita de llamarle la atención, pero poco más se puede hacer. “Lo triste es que da menos problemas siendo jefe que siendo tutor”, confiesa en la intimidad de su despacho. Felipe lo entiende, lo que no significa que no le dé un poco de rabia ver cómo la incompetencia se premia y cómo la implicación supone verse cada vez más cargado de trabajo. Pero le piden que piense en el instituto y en los chicos, y acaba aceptando.
Al curso siguiente, Felipe comienza como tutor de 2º de la ESO mientras que a Carlota le toca en suerte, ya es casualidad, el otro 2º. Está más liado que nunca, ya que el curso pasado, en las horas de jefatura donde no tenía papeleo, descargó de forma altruista al responsable de Biblioteca de unas tareas que al parecer ya se le han asignado a él para siempre. Juan Carlos vuelve a disfrutar de su reducción para tomar café o charlar en la sala de profesores con otros docentes a los que se intenta no dar nunca una tutoría, ya que suelen provocar muchos problemas con las familias. Y lo último que nos falta es tener aquí al inspector todos los días. Quita, quita.
Cuando llega a casa, por relajarse, Felipe entra un rato en Twitter, ahora X. Retuitea algunos memes, se informa de las noticias del día y, en los comentarios de una publicación sobre los adolescentes de hoy en día, lee a un anónimo con avatar de jugador de fútbol quejarse porque los profesores no se implican.
Y se ríe por no llorar.